Existen en California iniciativas para la creación de hábitats que protejan a las abejas autóctonas. Y esto no es más que el comienzo: nuestra protagonista es el centro de una apuesta más económica y racional que poética. Existen políticos que son conocedores de que el intercambio entre estos insectos y las flores –un diálogo tenue para el ojo humano, apenas un zumbido para quien recorra algún jardín– es una pieza minúscula pero también indispensable para toda la dinámica económica de su región.
No existe en ningún rincón del mundo proceso humano o tecnológico capaz de emular la polinización. Es hora de que nuestros legisladores, en sintonía con la ONU que como cada 20 de Mayo celebró el Día Mundial de las abejas, den un paso adelante y apuesten fuerte por nuestras heroínas, por todo lo que se edifica en torna a ellas, por todo lo que hacen posible.